Un periodista nada sospechoso de ser de derechas, Juan Luis Cebrian, escribía esto: “El Parlamento, representación de la soberanía nacional, ha acabado por convertirse en un patio de verduleras y verduleros, donde detrás de cada insulto se escucha una sandez y luego una mentira.”
No por sabida podemos dejar de recoger ésta síntesis acertada de lo que es hoy el Parlamento Español, sede de la soberanía nacional que nunca hasta hoy conoció un grado de degradación semejante, un nivel tan bajo de ideas y propuestas y unos comportamientos tan merecedores de repulsa por una ciudadanía que cada vez se siente menos representada por unos señores diputados que de lo único que hacen alarde es de chulería, afición por el improperio y actitudes de pésima educación.
El Parlamento más que un mercado, que también, donde prima el griterío, el eslogan publicitario pretendidamente original y vacío de contenido y la descalificación por sistema del oponente, es ahora mismo un patio de vecindad mal avenido en el que todo se discute y nada se razona, donde se han perdido el respeto y las formas, y en el que lejos de aflorar las ideas, brillar el talento y el ingenio lo que mueve los resortes dialécticos de sus señorías es el odio al contrario, el gusto por la frase hiriente y la utilización del discurso atrabiliario con el ánimo de alterar y no de construir.
Es triste asomarte a la pequeña pantalla y contemplar el espectáculo lamentable de un Parlamento del que se han exiliado las buenas formas, la oratoria rica en conceptos y elegante en las expresiones, el talento que aflora con naturalidad sin estar pendiente de las cuartillas del publicitario de turno. Toda una sucesión de escenas parlamentarias de la que la mayoría de españoles huyen porque lo que ven de ejemplar no tiene nada. Estamos en la España que algunos autotitulan “ progresista”. Pues vaya progreso.