Con los efectos y las medidas de la pandemia estamos asistiendo a castigos excesivos. Y uno de ellos está recayendo sobre la hostelería en general y los bares en particular. Hablamos en su mayoría de negocios modestos, de índole familiar, de horarios largos y sacrificados para sacar unos jornales e ir tirando. Hablamos de gentes que están detrás del mostrador o sirviendo en la sala durante jornadas de trabajo largas y agotadoras pues sólo de éste modo consiguen salir adelante. Hablamos de gestores de establecimientos con ingresos cortos, los derivados del café, el almuerzo o el menú de mediodía a los que brean a impuestos y apenas les dejan respirar.
Con éstos hosteleros, con estos pequeños y medianos empresarios y sus trabajadores, se están cebando nuestras autoridades al amparo de las restricciones impuestas por el Covid-19. Existe en éstos momentos un indisimulado ensañamiento con la hostelería, con el bar. Asistimos a todo un ejercicio desproporcionado contra el más débil, el autónomo, el que lucha a brazo partido cada día para ganar el pan con mucho sudor y una dedicación generosa y completa.
En el metro, en el supermercado, en los centros comerciales, en el autobús ni se guardan distancias ni se respetan precauciones. Y en el bar no puedes asomarte a la barra, tienes que distanciarte del vecino, te marcan los horarios y a partir de cierta hora no te permiten tomar una copa. Un disparate más de un gobierno y sus palmeros que cometen tropelías sin cuento. Y que han hecho de hostelería un blanco fácil de sus agresiones persistentes e injustificadas.