Un buen amigo se sienta delante de mí para hacerme partícipe de su estado de ánimo. Que está por los suelos de ahí su abatimiento, que se traduce en negros presagios sobre su futuro. Que vislumbra incierto y preñado de dificultades.
Me confiesa mi amigo que tiene varios salones de juegos. Con la nueva Ley en la mano el próximo año le vence la licencia de uno de ellos y tendrá que clausurarlo. Los otros en dos o tres años volarán siguiendo idéntico camino. De tener varios negocios pasará a quedarse sin ninguno y no tendrá otro remedio que abrir la ventana para que pase la luz que anticipa ruina y deja invalidados trabajo sin fin, esfuerzos y un puñado de ilusiones. Todo está condenado y el empeño de años de tenacidad y sudores se habrá destruido.
Lo que subleva de ésta operación de acoso y derribo de un sector es que está protagonizado por una panda de individuos que no saben lo que es trabajar; que no han tenido una puñetera nómina laboral, al margen de la bicoca política, en su vida; que no tienen ni pajolera idea de lo que es liarse a puñetazos con la vida a diario para crear una empresa, ver realizado un proyecto y salir adelante. Tipos para los que las palabras sacrificio, lucha y perseverancia no figuran en su diccionario.
Que semejante pandilla de indeseables sean los causantes directos del naufragio de muchas pequeñas y medianas empresas como las de mi amigo es algo que encoleriza y nos dispara la tensión. Con tipos de ésa catadura política un país va directo al abismo. Y es el triste caso de España.