La patronal de hostelería de Sevilla asegura que a raíz de los efectos del Covid-19 500 bares no volverán a abrir sus puertas por cierres del negocio. Bares de estamento familiar en la mayoría de los casos, bares que no han conseguido librarse del zarpazo de una inactividad muy prolongada que los ha dejado sin ingresos durante más de dos meses, huérfanos de recursos y agobiados por los compromisos de pagos contraídos. Bares en los que la máquina recibía las sobras del almuerzo o el aperitivo, euro a euro, y cuyas recaudaciones servían para aliviar la economía doméstica de los propietarios, por lo general muy ajustada.
Sevilla, donde el bar es una institución social de alegría y felicidad transitoria, de desahogo y camaradería, lamenta la pérdida de éstos cientos de locales que han formado parte de su paisaje urbano, de su alma de barrio, de su acervo popular. Que han sido pequeños templos en los que profesar la fé de la amistad, del entretenimiento y la confidencia, en los que ejercer la desinhibición y contribuir a los pequeños placeres del vivir.
Se calcula 500 bares menos en Sevilla. ¿ Pero cuantos menos en el resto de ciudades y pueblos de España ? El dato puede ser tremendo y absolutamente desconsolador. Porque con el cese del bar tradicional, el típico local de aroma clásico y quehacer familiar, se quedan en la calle muchas gentes de condición modesta para los que el bar era su último refugio. Y con su desaparición se esfuman miles de maquinitas que irán sumándose al lento pero progresivo declive del recreativo y también de sus empresas. Esta es otra historia para otro día.