El juego español ha entrado en una fase de pesimismo ante la que se avecina con el nuevo gobierno socialista y comunista. Es lo que me comentan algunos destacados empresarios, muy contrariados por el giro que puede darse a la situación de aquí a unos pocos meses. Más de medio país está en idéntica postura de alerta y preocupación, sobre todo después de asistir a las insólitas y disparatadas últimas sesiones del Congreso, que han servido, ante el pasmo generalizado de muchísimos ciudadanos, para transformar la sede de la soberanía nacional en una especie de casa de putas, con todos mis respetos para éstas últimas.
¿Cómo quieren que el pobrecito pueblo español no esté hasta el gorro de sus políticos de tercera división después de los vergonzosos espectáculos del Congreso? La degradación de la clase política en general ha llegado a niveles tan bajos, de tan ínfima calidad moral, de tantísima falta de dignidad que el ciudadano, hoy más que nunca, y hablo del ciudadano con tres dedos de frente, en modo alguno se siente representado por una panda de personajillos, engreídos y pagados de sí mismos, que han hecho de sus cometidos un ejercicio tan deplorable como nauseabundo.
¿Qué hay motivos más que sobrados para el pesimismo? Por descontado que sí: para la ciudadanía y para el juego en particular, pero nunca hay que perder la fe y confiar en el milagro. De peores no, pero de algunas gordas sí hemos salido. Vendamos confianza.