El resultado de las elecciones generales lejos de clarificar el panorama político lo enreda todavía más. Entramos en otra fase de inestabilidad, de gobierno precario, de negociaciones a varias bandas con complicadas posibilidades de acuerdos. Que en el supuesto de fraguar pueden no ser lo más beneficioso para el país y su integridad territorial. En definitiva éstos comicios han sido un fiasco, una nueva tomadura de pelo de una clase política de medio pelo, tan soberbiosa como parada de sí misma, que está acabando con la paciencia de la ciudadanía hastiada de ir a las urnas para no resolver nada.
Las componendas que puedan hacerse a partir de ahora para formar gobierno no son nada tranquilizadoras. Descartada una gran coalición de los partidos mayoritarios, que sería lo sensato par salir del atolladero en que nos encontramos, lo que se avecina está entre la película de miedo o de terror. Para no dormir, vamos. Y entretanto el juego seguirá recibiendo los embates paranoicos de una izquierda radical que huele a moho, que arrastra la caspa de un pretérito muy superado. Será más de lo mismo. Pero el juego, afortunadamente, cuenta con arrestos suficientes para ir tirando del carro de una industria sólida y responsable. Y responsable como la que más. Lo certifico.
