Ada Colau, activista, comunista, figurante, funambulista, que no conoció empleo hasta ser aupada a la alcaldía de Barcelona es todas ésas cosas pero no tonta. Con todo el follón del “procés”, y su táctica de nadar entre dos aguas sin querer mojarse, su figura y su papel institucional habían quedado desdibujados, en un plano gris y sin preponderancia que éstas figuras de la política creen merecer.
Ante la pérdida de protagonismo Colau reaccionó con la sagacidad propia de los que en la política viven del fogonazo, del titular de prensa, de la excitación del personal. Y se sacó de la manga la que consideró, con buen tino, carta premiada. De ahí surge el anuncio de congelar las aperturas de establecimientos de juegos en Barcelona. Una noticia que al día siguiente acaparó la portada de La Vanguardia, y fue reproducida por numerosos periódicos que aprovecharon la oportunidad para llenar páginas poniendo en guardia a la sociedad sobre los peligros de éstos locales.
A la señora Colau le importó un bledo la legislación autonómica, la responsabilidad asumida por la industria en Cataluña, las medidas de control vigentes y todo lo demás. La alcaldesa pretendía, y lo consiguió, proyección mediática, chupar cámara, salir del segundo plano y realzar su figura de hada de los desprotegidos. Y lo hizo con las armas de ésta clase política de tercera división: sin escrúpulos, con alarde de cinismo y demagogia, amparándose en la desfachatez y abusando de la mentira. Vaya tropa.