El sector, como todos los ámbitos de la cotidiana convivencia, tiene su cupo de groseros. Tipos que andan flojitos de educación y por tanto huerfanitos de cortesía y a los que envías una invitación y no es que no lo agradecen, es que ni contestan. Y les insistes telefónicamente y ni te cogen el dichoso móvil. Los tíos en cuestión consideran que su nivel, el que ellos mismos se han autoadjudicado, les impide ejercer una función que es, simplemente, de buenos modales, de crianza, de ésas clases domésticas que los papás enseñan a sus hijos cuando son peques para que crezcan rectos y practiquen el respeto a los demás, que no todos pueden ni saben ejercitar al peinar canas.
Las actitudes y comportamientos de quienes forman parte de un núcleo, empresaria, vecinal o familiar ayuda a la dignificación del mismo o fomenta su descréditos. Un empresario que sabe estar y actuar, que inspire respeto y confianza a un tiempo y practica el don de la afabilidad siempre hará más sector que el que se distingue por sus ademanes y gestos de patán, que sólo hace que enlodar la imagen del segmento al que pertenece.
Si el juego persiste en transmitir una estampa de normalidad y solvencia tiene que apoyarse para ello en quienes disponen de talante personal bien provisto de buenos modos y prescindir, en la medida de lo posible, de los que provocan de todos menos simpatía. Pobrecitos.