Sale el defensor del pueblo para instar a la prohibición de la publicidad del juego. Pero ojito, con la excepción de los intocables, no los de Eliot Ness sino los que apadrinan el papá estado y los jefazos de la ONCE. Y tamaña incongruencia se acepta como algo muy normal hasta por los enemigos más furibundos de las prácticas de azar. Una vez más, y van ni se sabe cuantas, estamos ante el doble rasero de medir, la beatificación de unos juegos y la demonización de otros y todo ello adobado con fuertes dosis de moralina y la salsa del cinismo.
Estoy hasta el gorro de los intocables. De su publicidad revestida con el celofán de la fantasía: de su venta de sueños candorosos y sueldazos para toda la vida. De su forma maliciosa de jugar con los sentimientos de la gente para sacarles las perras mediante estrategias de cuentos de hadas. ¿ Este ejercicio publicitario de los intocables que alimenta esperanzas, deseos, conquistas idílicas y sueños imposibles no es denunciable por invitar al gasto y la adicción ? ¿ Y no lo hace jugando con las apetencias de los más desfavorecidos ?
Lo del proteccionismo descarado a los intocables denota la falta de escrúpulos con los que se aborda el juego. Unos son un producto terrorífico. Los otros la bendita oportunidad de hacernos ricos. Asqueroso.