CEJ cumple cuarenta años. Una conmemoración para recordar y ensalzar. Para evocar el papel protagonizado por las gentes que arrancaron con la actividad, que cada vez son menos, y que escribieron páginas de muy distintas tonalidades, algunas en blanco y negro, que han forjado la historia de cuatro décadas.
Empresarios del bingo de aquéllos inicios tan indecisos como apasionantes, con los que compartí amistad que perdura, confidencias y días de vino y rosas, me animaron tiempo atrás a escribir una especie de crónica sectorial. Que incluiría capítulos notables en la trayectoria de CEJ. De la que fui, durante bastantes años testigo privilegiado y relator casi único de sus múltiples avatares. Decliné la invitación porque en ocasiones es más saludable, y menos perturbador, guardar los recuerdos que airearlos, conservándolos en la memoria como un bien preciado.
Mi amigo Fernando Luis Henar seguro que puede sacarle brillo a éste cumpleaños de CEJ, entre otras razones porque la ocasión lo merece. Soy consciente de que la Confederación, como la mayoría de las asociaciones, no anda sobradas de recursos económicos para encarar la organización de un evento que debe tener brillo y dignidad. Por lo que quizás no quede más alternativa que hacer un llamamiento a determinados grupos para que lo respalden. 40 años son acreedores a una fiesta de amistad, de afectos compartidos y testimonios de alegría. Y muy particularmente por aquéllos que vivieron el bingo desde la primera hora, y aún siguen en la brecha, con entusiasta intensidad.
No puedo sustraerme al recuerdo de la intervención conjunta que protagonizamos Joaquín Franco y servidor con motivo de la fiesta del 25 aniversario de CEJ. Aquél abrazo con Joaquín, aquél haber contribuido los dos al feliz aniversario adquiere todavía temperatura humana en la memoria.