Descubrí Sevilla, la Sevilla del embrujo que te baña el alma de coplas y sentimientos, que te hace estallar de alegría porque Sevilla es eso, alegría, duende, misterio y arte que se traduce por todos sus poros, la descubrí, digo, una noche de primavera de hace un puñado de años. Y confieso que me fascinó. Contribuyó a la fascinación poder adentrarte en el corazón de la ciudad, allí donde están sus esencias más íntimas, sus bellezas más escondidas el ir acompañado del más experimentado de los cicerones. El disfrutar de la satisfacción de descubrir Sevilla, la más hermosa de las Sevillas, que son múltiples y seductoras, de la mano y el corazón de Ignacio Benitez Andrade, sevillano bien plantado, enamorado hasta las cachas de una ciudad en la que ejerce de embajador para aquéllos que quieren disfrutarla con la intensidad que tan deslumbrante urbe merece.
Bajo la guía experimentada de Ignacio he gozado, en muy diversas ocasiones, al empaparme del aliento de Sevilla, ése aliento con olor y sabor que te acompaña al recorrer una ciudad y te hermana con el aire que allí se respira, con el río, con la piedra hecha gloria de los siglos, con la primavera del alma que en Sevilla dura toda la vida. Todo eso y la tira de más sentimientos los viví en Sevilla merced a sus dotes de anfitrión excelso de mi amigo Ignacio. Que ayer presidió su asamblea de ASOBING en ésa su Sevilla de ensueño. Con el bingo, siempre, como eje de sus preocupaciones y anhelos.