Lleva quince años metido de lleno en una aventura sectorial que nadie ha sido capaz de imitar. Que nadie ni siquiera ha intentado. Tal vez porque a muchos de sus colegas no les seduzca demasiado el que lo relacionen en exceso con el juego, palabra tabú de la que conviene huir o por lo menos resguardarse. A él esto parece traerle sin cuidado y lo que demuestra, con tu tenacidad a prueba de desalientos, es que su compromiso con el juego es fuerte y supera cualquier prejuicio, a pesar de los muchos que se airean sobre la actividad.
Cuando conocí de manera mas cercana a Luis Miguel González Gago con ocasión del primer Congreso de Juego de Castilla y León, del que es alma, corazón y vida, le dije: “Llamas a las cosas por su nombre, no rehúyes ningún choque y esto te distingue de la mayoría de tus compañeros que por lo general andan nadando entre dos aguas o se ponen a cubierto”.
Quince años después me reafirmo en aquel juicio improvisado dicho en torno a unas manifestaciones que me parecieron valientes y sinceras. Y que nos ponen delante de un tipo que ha defendido como pocos el juego y ha abierto caminos de evolución. Y que está metido hasta las cachas en un evento del que es progenitor, que ha permitido a la Junta de Castilla y León marcar distancias con el resto de las autonomías. Porque el juego no vende, antes al contrario, y echarse sobre los hombros la responsabilidad de un congreso y mantener la llama viva y ardiendo durante quince años es hazaña propia de personajes con voluntad férrea, arrestos y sentido de la anticipación. De los que puede hacer gala mi apreciado Luis Miguel González Gago.