Un sector que depende de la fiscalidad para funcionar regular o rematadamente mal es un sector castrado, atado al capricho tributario de las administraciones, anulado en su capacidad empresarial y sin posibilidad para maniobrar y enderezar el rumbo del negocio. Un sector que nace subordinado a unas reglas de juego asfixiantes, que no puede comercializar libremente sus productos y que tiene que someterse a unos márgenes muy estrechos impuestos por la presión fiscal es un sector sin futuro.
Mientras las administraciones no caigan en la cuenta de que esto es así, el sector está delante de un horizonte harto complicado. Tanto que irá sucediéndose la caída de empresas, los cierres en cadena, la pérdida de puestos de trabajo. Las administraciones deben replantearse la regulación del juego desde unos parámetros de objetividad y realismo que garanticen la marcha de los negocios y resulten beneficiosos para todos. De lo contrario lo dicho: el juego languidecerá y su oferta se irá encogiendo hasta límites insospechados.
El bingo es un exponente de lo que decimos. Las máquinas y casinos también entran en fase decreciente. Y los salones, que son el único subsector en alza, están siendo objeto de durísimas campañas contrarias a su existencia y limitadoras para sus negocios. De este modo rematamos: no hay futuro.