La política en España está protagonizada a día de hoy por una panda de oportunistas, zascandiles, figurones y mentecatos. Tan pagados de sí mismos como endebles de bagaje. Tan hinchados en sus curriculums como carentes de solidez intelectual. Y en algunos casos moral. Generalizo al abordar el asunto y dejo constancia que no todos, faltaría más, merecen cortarse por el mismo patrón. Hay excepciones, si bien cada vez van quedando menos.
Que el oportunismo es el credo al que se aplican nuestros padres de la patria queda claro cada día. Los grupos extremistas de izquierda han emprendido una cruzada contra el juego, personificada principalmente en los salones y en la urgencia de desarraigarlos de las proximidades de los centros docentes. Y acto seguido salta don Albert Rivera, que se apunta a un bombardeo con tal de que se hable de él, pues narciso es un rato, para pedir la revisión de las regulaciones autonómicas y alertar sobre la peligrosidad de los salones.
El diputado Rivera desconoce, al parecer, que las competencias del juego están trasferidas a las CCAA. Y que por tanto su revisión depende de los gobiernos autonómicos. Y en ésa materia poco se puede hacer desde el parlamento de la nación, española por si hay dudas. Pero eso importa poco o nada. Aquí lo que se persigue es la noticia, aunque su mensaje sea ficticio o carente de solidez. Todo es oportunismo, demagogia, falsedad y postureo. Un asco de política que apesta y avergüenza.