No es una buena noticia la muerte anunciada de la Fundación Codere. Que desaparece por inanición, por haberle cortado el grifo económico la empresa madre, por las disputas y enfrentamientos que acabaron con el cese de José Antonio Martínez Sampedro como presidente de la compañía. Martínez Sampedro ha sido y sigue siendo la cabeza visible de la Fundación, el que inspiró la idea y el que tendrá que certificar, si no se obra el milagro, su defunción.
No quiero entrar en las causas que ha propiciado la sentencia de la Fundación Codere. Y que tienen su origen, nudo y desenlace en las refriegas acontecidas en el consejo y en un epilogo que aún colea. Pero sí pienso que la noticia es triste porque el papel de la Fundación tenía un sentido de la utilidad. Por sus aportaciones en materia de análisis y estudio, de tomarle el pulso al sector y darle imagen, de la que tan huérfano anda.
Llegados a éste punto es de justicia resaltar la labor de Cases Méndez, Germán Gusano y otros destacados miembros del equipo que durante nueve años consecutivos han dado muestras de competencia y solidez intelectual.
Un grupo que cotiza en bolsa como Codere, y que es la única compañía española que está en el parqué, está en la obligación de ir más allá del negocio, de lo puramente crematístico y tocar otros palos que contribuyan a una mejor visualización del sector y den imagen. La Fundación era y es un vehículo idóneo. Lo malo es que su recuperación resulta harto complicada en las actuales circunstancias.