Los hechos acontecidos últimamente en Moratalaz con pintadas y amenazas son graves, me atrevería a calificar de muy graves. Fuera, largo de aquí o habrán consecuencias. Este es el resumen de una situación en la que parece obligada la actuación de las fuerzas del orden. No estamos en el salvaje oeste ni pueden tolerarse brotes amenazadores que tratan de alterar las normas más elementales de la convivencia. De ahí que se imponga la intervención política y policial para preservar de los violentos la integridad de los locales de juego y garantizar su tranquilo funcionamiento.
Dicho esto conviene pasar a la autocrítica. Y lamentar que cuando se producen ataques de semejante naturaleza contra el juego se echan de menos las reacciones de quienes están llamados a la defensa de sus intereses. ¿Donde se escuchan las voces autorizadas y representativas de asociaciones o colectivos empresariales muy potentes ante semejantes atentados? Y no será porque no abundan, porque haberlas las hay de toda laya y condición.
Lo que sucede para provocar éste silencio ominoso, éste esconder la cabeza debajo del ala, ésta actitud cobardica, es que la industria del juego sigue presa de sus complejos de inferioridad, de su acogotamiento por el qué dirán, de sus miedos a la opinión publicada.
Y ya va siendo hora de llegado el caso, y el que nos ocupa reviste gravedad para hacerlo, levantar la voz, con mesura y razones en la legítima defensa de unos negocios seriamente amenazados. Las entidades representativas del juego están para algo más, bastante más, que dialogar con las administraciones y hacerse las fotos de rigor. Hay que salir a la luz de la calle y dar la cara.