Mercé Claramunt, que se encargó, es un decir, de la regulación del juego en Cataluña, quiso pasar a la posterioridad como la directora general que había inventado el juego responsable. Cogió una especie de obsesión con el tema, al que se dedicó plenamente olvidándose del resto de trabajo, que tenía y mucho. Y gastó dinero, un pastón, en estudios, análisis y un montón de medidas responsables. Hacer en otros campos de su responsabilidad la verdad es que hizo poco o más bien nada. Y en lo tocante a jorobar a los empresarios y ponerles trabas, en eso se distinguió. Pero ha quedado para la pequeña historia como la responsable, vaya tela, número uno del juego.
Digo esto porque hay reguladores que se salen del guión establecido con ánimo de impactar con su originalidad. Con su vena creativa, destinada a sorprender o despertar perplejidad. María Ángeles Júlvez, la responsable del juego de Aragón, quiere implementar un sello de calidad para los salones. Y la respuesta del gremio no se ha hecho esperar: ¿ Conqué parámetros se otorgarán, quienes los determinarán, que ventajas se desprenderán de los sellitos en cuestión?.
Me parece bien que se traten de romper moldes en el juego con medidas innovadoras. Otra cosa distinta es meterse en berenjenales gratuitos que pueden deparar más conflictos y más enfrentamientos a cara de perro de los que ya surgen por naturaleza espontánea en el sector. Los criterios de calidad deben estar incluídos en la prestación de unos servicios mínimos al público. Lo de los sellos de calidad suena bien, es resultón, tiene su aquél. Pero es recomendable huir de los berenjenales. Bastantes se suscitan a diario con el juego.