Tuvo desde el principio un aroma de fábula, de tocomocho a la americana, de relato infantiloide capaz de provocar sonrisas de incredulidad entre los más incautos. Nos vendieron un proyecto faraónico, hinchado hasta lo superlativo de millones, de miles de puestos de trabajo, ingresos de dólares a espuertas y hasta el diseño de una playa artificial, a las puertas del Madrid pinturero, donde se balancearían las góndolas venecianas al son de la tarantela. Era el timo de la estampida en cinemascope.
Hablamos del cuento de Eurovegas, en éste caso bis, que ha acabado de deshincharse tras la devolución por la compañía Cordish de los terrenos que adquirió en Torres de la Alameda para llevar adelante su pretendida obra gigantesca. Que nunca tuvo visos de realidad y se quedó en la pura farsa.
Aquéllo de Eurovegas, también en su segunda entrega, fue el relato de una fantasía muy de marketing americano. Puesto en circulación por unos espabilados que lo vendieron con suma facilidad a la Comunidad de Madrid y sus principales políticos. El Dorado emergía de nuevo en tierras madrileñas. Es lo que vendieron al vecindario los americanos y los que gobernaban, que se subieron de inmediato a la carroza del carnaval, tan eufóricos como anestesiados por la letra de un cuento fantástico.
Cuando suceden casos de ésta naturaleza uno se asombra con la facilidad con que pican los políticos cualquier anzuelo. Sea real o simulado. Y piensa que no es aceptable tamaña ingenuidad, tal grado de candidez, tanta falta de malicia o de mero espíritu de prevención. Pero sí, pueden darse semejantes casos. Sobre todo cuando las mentes no son, por lo general y es lamentable asumirlo, un prodigio de inteligencia. Y este es el espejo de nuestra clase política.