Es el título de una novela de Emilio Romero, grandísimo periodista y mediocre novelista y comediógrafo. Lo evoco ante la situación de guerra larvada que mantienen bingos y salones o viceversa. Por mucho que se niegue, por reiteradas negativas que formulen unos y otros con la boca pequeña, la realidad es la que es y negarla resulta estúpido. Desde hace tiempo los salones avanzan y los bingos retroceden. Viven situaciones distintas, sobre todo en el plano económico que manda en los negocios, y ello genera enfrentamientos y tensiones. Y el estado de guerra existe. Y lejos de remitir se intensifica en su virulencia.
Oferta, horarios, productos. Son conceptos en los que se basa la lucha de bingos y salones. Denunciando ambas partes una posición de ventaja respecto a su inmediato competidor. Cuantas apelaciones se han hecho al entendimiento entre las partes han resultado baldías. Aquí, como apunté al principio, la paz empieza nunca. ¿ Que desenlace tiene el conflicto ? ¿ Que hacer para alcanzar la mayor objetividad, establecer un equilibrio y tratar de contentar a todos ?.
Ahí son las administraciones autonómicas las dueñas de la última palabra. Las llamadas a estudiar el problema muy a fondo y buscar soluciones, que nunca dejarán contentos a todos, pero que por lo menos garanticen los menores agravios. En tanto no se persiga la difícil obtención de un terreno muy definido para cada actividad el clima bélico persistirá. Y la paz nunca empezará.