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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Un juego más limpio y repeinado

12 de julio de 2017

Es evidente que las apuestas están dando su dinerito. Han servido para despertar la curiosidad de un nuevo público, que antes no era habitual de ninguno de los canales de la oferta clásica, y sobre todo han sido una especie de ducha fresquita que nos ha devuelto la imagen de un juego más limpito, más repeinado, más fresco tras los efectos dejados por el agua que todo lo purifica.

Que quieren que les diga. Las apuestas me parecen estupendas como producto diversificado de la oferta del juego y capaz de atraer a un nuevo segmento de mercado. Esto siempre es un factor positivo y así hay que certificarlo. Otra cosa bien distinta es que nadie hable mal de las apuestas y sí lo hagan en cambio del bingo, máquinas, salones y demás. Porque, según mis cortas entendederas aquí todo es juego. Será más o menos duro una modalidad que otra, más o menos enganchadora, pero al final, como diría la modista, el percal es el mismo.

Digo yo, que soy un poco cortito, si lo del beneplácito social de las apuestas no estará directamente ligado con el deporte. Y más concretamente con el fútbol. Donde es exactamente igual que las estrellas del balompié defrauden a la hacienda pública, hurtándole cientos de millones; donde a todo quisque le trae sin cuidado que las figuras del patadón abran sus cuentas multimillonarias en paraísos fiscales, y todavía se pongan chulitos cuando los inspectores rastrean sus itinerarios, investigan a fondo y les sacan los colores. ¿ Se atreve alguien, osado él, a pedir el ingreso entre rejas de éstos delincuentes ? De eso nanay. Aquí ´éstos dioses de la pelota son más intocables que los de Eliot Ness, que mira que eran gansters los tíos.

Toda ésta estela de asunción de irregularidades como algo absolutamente natural sitúa a las apuestas deportivas en un universo aparte, desligado absolutamente de los subsectores tradicionales del juego. Que son condenables porque llevan a la ruina al tío que se deja un euro que le sobró del carajillo en la máquina del bar o al caballero que tacha tres cartones y se larga con su desilusión a cuestas. Son maneras distintas de contemplar el paso de la vida y sus aficiones y repartir gloria por aquí y penitencias por allá. Es jodido, pero es lo que hay.