La Sexta es una cadena televisiva que se jacta de estar al servicio de una ideología política populista, de extrema izquierda, panfletaria y antigua, encantada de conocerse y con una autoestima tan elevada que toca el cielo. Buena parte de la programación de la cadena, cuyos patrones son más de derechas que Franco, se basa en darle carrete de manera continuada a una panda de jóvenes y jóvenas — ojo al dato– que no se cansan de adoctrinarnos, poner a parir a la derecha e insultar a sus representantes y votantes. Todo ello ante la complacencia babosa de la emisora que rinde pleitesía y sumisión a la banda podemita.
Con semejantes antecedentes no es de extrañar la emisión por la Sexta de un programa dedicado al juego de carácter vomitivo, elaborado y manipulado con una basura informativa que se muestra fiel a los postulados de la cadena en cuanto a objetividad se refiere.
Vaya por delante que por higiene mental veo muy poca televisión. Y huyo de cualquier tentación perniciosa que me lleve a apretar el botón de la Sexta. No estoy a mis años para sofocos ni para consumir raciones de sectarismo rojelio o dormirme con sermones plúmbeos sobre las bondades del credo marxixta. Tocando éste punto me lo paso mejor con Groucho y sus hermanos. Pero me han contado el sesgo dado por la Sexta a la emisión dedicada al juego: manipulación asquerosa de contenidos, utilización de clichés más que manidos y caída en los tópicos y descalificaciones habituales. Denunciando que la actividad es un canal para el lavado de dinero y que los menores se dejan la pasta sin tasa ni control.
En España reina hoy un duopolio televisivo tan descarado como grosero. Que acapara el 90% de la tarta publicitaria y ha convertido a varios de sus emisoras en máquinas de picar carne, destrozar biografías, asaltar intimidades, condenar apriorísticamente y lanzar mierda contra quienes son objeto de sus dianas. Y lo hacen con total impunidad y regodeo. Lo del juego en la Sexta es una muestra más de su sentido canalla de la información. Condenan al juego pero no renuncian a la publicidad sobre el póker o los casinos online. Es la doble moral de unas empresas convertidas en propagandistas apasionadas de una izquierda cerril y sectaria que amasan los beneficios por cientos de millones para engordar un accionariado con los tipos más representativos de una derechona tan pedestre como acaparadora.