La fobia de la izquierda radical, comunista para entendernos, con el juego es cansina, aburrida y tópica. Como todas sus tesis ideológicas su animadversión al juego huele a rancio. Ante el anuncio de autorizar un casino en Granada la marca blanca de Podemos ha salido disparada oponiéndose al proyecto. Aducen para ello las manidas cantinelas del peligro social, la amenaza para las familias y el coste económico que representa combatir su adicción.
Los podemistas y sus pandillas afines viven a la contra y en un permanente estado de alerta frente a todo aquello que no entre dentro de sus coordenadas ideológicas. Unas coordenadas sustentadas en el odio al presunto enemigo y todo lo que éste representa. Y que se concreta y hace visible cuando se abordan determinadas cuestiones. Y el juego es una de ellas, pero que no figura entre las más recurrentes.
La izquierda montaraz, la que nos ofrece a diario cursis lecciones de moral mientras se afana en memorizar las teorías leninistas, si ésas que rezuman libertad y proclaman abajo las cadenas, están contra el juego y sus negocios; contra el clero y los militares; contra los empresarios y los automóviles; contra los hoteles y los turistas; contra los banqueros y la propiedad privada; contra la derecha y sus millones de votantes… ¿ Seguimos ? Mejor paramos.
Para acabar con los males derivados del juego propongo a los podemitas y sus huestes una solución: Convirtamos los casinos existentes en casas del pueblo, redimamos a los croupiers dándoles clases de marxismo aderezado con pinceladas bananeras, intensifiquemos desde ésas casas la ideologización de la gente y olvidemos para siempre del punto y banca. ¿ Vale ? Adelante con la idea, no cobro derechos.