Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

A media luz

23 de enero de 2017

Se queja el juego y con razón de que no acaba de sacudirse la mala imagen pública que tiene su actividad. Sobre la que siguen pesando como losas los consabidos estereotipos, las leyendas negras y las anécdotas negativas que se elevan a la categoría de juicio sumarísimo al sector.

Estos prejuicios continúan empeñando la normal actividad de una industria del entretenimiento que es noticia cuando las asociaciones de ludópatas, que viven del cuento de las subvenciones, denuncian los problemas derivados de la adicción. Que en España son sensiblemente menos alarmantes que en numerosos países de Europa. Pero como lo que vende de cara a la opinión pública es hacer ruido, crear morbo, echar leña al fuego del sensacionalismo, pues hay que hablar del golfo que se deja el salario en la maquinita o de la señora que rebaja la cesta de la compra para entrar en un bingo.

Asumida ésta lamentable realidad hay que situarse en el terreno de la autocrítica. Del que hablamos en días pasados. Y al abordarlo tendremos que aceptar que el sector contribuye más de lo debido al fomento de la mala prensa con su tendencia al oscurantismo, al no informar, al no desmentir, a la táctica del encierro en sí mismo, a la aceptación del palo y esperar que amaine la tormenta.

Esta postura responde al complejo de inferioridad sectorial que se arrastra desde que el juego tomó carta de naturaleza legal. Y del que con el trascurrir del tiempo se han ido cayendo algunos tabúes pero subsiste la asunción de un cierto espíritu de culpabilidad corporativa que frena toda capacidad de reacción y sigue alimentando el criterio denigratorio respecto a la industria. Mientras el juego pretenda seguir estando a media luz y no ilumine de verdad su escenario, que reúne aspectos muy positivos desde la óptica socioeconómica que merecen ser divulgados, la imagen proyectada se contemplará desde las tinieblas condenatorias. Falsas pero muy vendibles.