Las administraciones autonómicas llevan años tratando de agilizar los procedimientos del juego. Que nacieron y siguen siendo por lo general farragosos y excesivos.
Para imprimirles mayor celeridad se han incorporado a su tramitación los sistemas informáticos. Esta puesta al día ha conseguido simplificar un tanto las gestiones y acortar la duración de determinada operaciones. Pero en lo fundamental y en aspectos básicos la maquinaria administrativa del juego continúa siendo pesada, lenta hasta la exasperación y nada proclive a satisfacer las demandas de rapidez y eficacia que reclama el mundo empresarial.
Al enfocar el problema partimos de un hecho: la regulación actual del juego es enrevesada, prolija y por tanto nada facilitadora de soluciones marcadas por la inmediatez. A éste factor hay que añadir que los asuntos vitales para la actividad están obligados a pasar por numerosos filtros. Y que dependen en última instancia de una decisión política. Ya sea del regulador de turno o de su escalón superior. Esta tupida maraña hace que sean muchos los expedientes, relativos a una autorización, homologación o licencia que se eternizan en los despachos para desespero de los representantes del sector.
Si a una reglamentación del juego espesa o superlegalista sumamos que quienes se encargan de su control, sean reguladores o funcionarios del tercer escalón, lo miran casi todo con un cierto halo de desconfianza, como si el administrado fuera sospechoso de algo, encontramos la respuesta que justifica lo injustificable: la premiosidad escandalosa en la que se ven atrapados la mayoría de resoluciones que afectan al juego.
Por mucho que se implanten sistemas informáticos. Por mucho que se anuncie a bombo y platillo la quita de rigideces para los procesos del juego. Mientras no se despojen las regulaciones de tanta farfolla oficialista y los que ocupan los despachos no entiendan que hay que actuar con presteza para dar respuestas rápidas a peticiones concretas el juego continuará siendo víctima de una administración anquilosada y tan cómoda como ineficaz. Esa administración que responde al estereotipo del vuelva usted mañana y póngase en la cola de la ventanilla. De una o de diez ventanillas.