Mi amigo catalán, uno entre los varios que tengo por tan queridas tierras, me dice a propósito de la Diada del domingo 11: ¿ Quieres creerte que en todo el día no puse la tele, bueno TV3, por no aburrirme, cansarme, hastiarme, encolerizarme, desesperarme ante tanta matraca independentista, ante tanta mentira que ni los que abanderan la causa se creen, ante tanto jugar con los sentimientos de un pueblo mediante el engaño y la manipulación más grosera ? Como yo, miles y miles de catalanes que se sienten legítimamente orgullosos de ser españoles, apagamos la tele para no ser espectadores de una manifestación de la que en su día nos sentimos emocionalmente partícipes y que ha desembocado en una auténtica bufonada política.
El amigo en cuestión es empresario del juego. Y a propósito del negocio me comenta que nada se mueve porque las asociaciones – dice—ni queremos acercarnos por la Generalitat. Ni queremos que nos conozcan. Ellos, afirma, están en el rollo cansino del derecho a decidir, del España nos roba, del Estado no nos quiere, y no les plantees otra cosa porque están inmersos en la monotemática cantinela de la república catalana.
Lo peor que podría sucedernos, argumenta mi amigo, es que fuéramos a exponerles un aumento de la oferta de juego existente o revisión fiscal. Y entonces seguro que nos caía el estacazo tributario. En la Generalitat están caninos, y los euros que ingresan por caja venidos del gobierno de Madrid, que afirman esquilma a los pobrecitos catalanes, hay que gastarlo en la apertura de embajadas y consulados, en alimentar la tele de pensamiento único e intocable, en sufragar las pérdidas del conde de Godó y del Grupo Zeta para que La Vanguardia y El Periódico no paren de lanzar un día sí y otro también el botafumeiro para mayor gloria de la causa independista.
El juego de Cataluña insiste en pasar desapercibido. En estar pero como si no lo fuera. Porque ir a la ventanilla de un gobierno que está en las manos presupuestarias de los antisistema de la CUP no da ni siquiera margen para un resquicio de mejora, de avance. Aquí, concluye mi amigo, lo que priva, lo que se impone, es la consigna del abandono de España, del orgullo autónomo herido y mancillado, del latrocinio de los de Madrid. Lo dicho: que no se enteren que el juego existe. Porque cuando despierten: ¡seguro que leña al mono que es de goma!