Los ingleses han gozado de fama como piratas redomados. Lo suyo ha estado entre el espíritu colonialista y saqueador y la gravedad de pose aristocrática que miraba de soslayo a sus vasallos. Y la verdad es que su afición a la piratería, que se ha vestido con diversos disfraces a través de los siglos, les ha venido muy requetebién, permitiéndoles disfrutar de su nunca abdicada condición imperialista y vivir de los restos del saqueo que han practicado con contumacia a lo largo de la historia.
La victoria obtenida por los partidarios de abandonar la Unión Europea pronostican catástrofes sin cuento para el Reino Unido. Discrepo de semejantes agoreros. Los ingleses, con su flema y su pragmatismo, han salido indemnes de muchos embrollos, de muchas tentaciones enemigas para someterlos al aislamiento, para mantenerlos recluidos por las aguas que los circundan.
Los súbditos de su graciosa majestad, que hacen gala de un sentido de la ironía francamente admirable, seguro que se las arreglan para que el abandono europeísta les resulte lo menos traumático posible. Imaginación, inteligencia y astucia han demostrado a lo largo del tiempo para jugar contra el destino adverso y salir vencedores del envite.
Ese cerrar filas de una parte del Reino Unido, personificada principalmente en las zonas rurales y las personas mayores fieles al té de las cinco de la tarde, no significa que el resto vaya a quedarse quieto y en calma. Ante la amenaza de presuntas catástrofes, bastantes menos de las pregonadas, seguro que prevalece el espíritu de un pueblo que, pese a su condición de flemático, nunca olvidó el aire batallador de los piratas. Que le permitieron hacer de medio mundo su reino de latrocinios, vasallajes y rentas opíparas. De las que han estado disfrutando hasta casi anteayer.