Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

La que se nos viene encima

4 de mayo de 2016

Soportar otra campaña electoral después de haber padecido una hace cinco meses provoca en amplios sectores de la ciudadanía fatiga, pesadez, aburrimiento. Significa el retorno reiterativo a un escenario ya sabido que cansa tanto como irrita. Y en el que si algo trasciende de su escenografía e interpretación es la ausencia de originalidad, la impostura de los actores, la palabrería hueca y la ampulosidad de unos mensajes sobre los que planea la sombra siempre alargada de la mentira.

El ciudadano, el currito decepcionado e indignado por el triste espectáculo ofrecido por los lideres políticos durante los últimos cuatro meses, en los que nos han dado un empacho de padre y muy señor mío con sus idas y venidas; sus apariciones en las televisiones con el menor pretexto para decir lo mismo, o sea nada, y sus ansias individuales de poder que han subordinado el interés general al suyo propio, no aguanta de buen grado otra campaña electoral. Ante cuya convocatoria siente la tentación de salir corriendo, de exiliarse al país vecino o coger la maleta y emprender un viaje hacia ninguna parte. Todo menos verse sometido a la tortura de los mítines pensados exclusivamente para la parroquia del partido que los promueve, en los que las ideas importan poco y lo que importa es el insulto y la descalificación grosera del oponente, que cuanto mayor sea su grosor mayor aplausos cosechará. Todo ello en el marco de escenarios enfervorizados donde el apasionamiento nubla cualquier atisbo de autocrítica y los tópicos pisotean las ideas.

El españolito está muy harto de  la charanga electoral. Y hasta el moño de que lo subestimen. La cháchara de los políticos, sus mensajes repetidos con la mecánica de los papagayos, sus filípicas grandilocuentes y vacuas son muchas veces una bofetada a la inteligencia del elector, al que en ocasiones tratan como a un débil mental.

Para conseguir que el tormento de lo que se avecina fuera lo más suave y pasajero habría que pedir una campaña de siete días como máximo. En la que se redujera el gasto a la mínima expresión en beneficio del afloramiento de ideas nuevas, refrescantes y verdaderamente constructivas. Lo que hay que pedir, por favor, a los políticos y sus asesores de imagen , es salir del tópico manoseado que rezuma indecencia y reclamar una cierta dosis de inventiva que traiga aire fresco y propuestas sólidas y veraces. Pero como esto se antoja harto difícil ya sabe: a salir corriendo para huir de la que se nos viene encima. Que es morrocotuda, por decirlo suavemente.