Los cinco bingos de Buenos Aires Capital Federal tienen confirmada la fecha de cierre: 29 de abril. De nada han validado las movilizaciones de los empleados ni la pérdida de trabajo para cerca de quinientas familias. Las salas Belgrano, Caballito, Lavalle, Congreso y Flores dirán adiós y bajará el telón de la actividad para una modalidad de juego que conoció días de gloria y ganancias, de público y venta masiva de cartones bajo la concepción de unos esquemas ambientales importados de España.
Me recorrí hace años las cinco salas de capital Federal. Era una época en la que funcionaban bastante bien. Lavalle marchaba en cabeza y por las dimensiones del local y el porcentaje de venta de cartones se autoproclamaba el bingo más grande del mundo. Por sus puertas discurría a diario un tráfico peatonal ciertamente apabullante y no resultaba extraño por tanto que la afluencia de público fuera, a cualquier hora de la jornada, muy alta.
Los cinco bingos de Buenos Aires se han visto condenados a la clausura por diversas causas. Entre las principales una voluntad política nada proclive antes al contrario, de propiciar su subsistencia. La negativa sistemáticamente sostenida de no permitir la instalación de máquinas en éstos locales ha sido su tiro de gracia, su sentencia de muerte largo tiempo anticipada. ¿Porqué éste veto inamovible? Ahí nos metemos en las interioridades de países como Argentina en los que las decisiones políticas subordinadas a la concesión de prebendas a amigos del poder, a la compra de voluntades y al recurso de las coimas de mantenimiento de determinados monopolios. Los bingos de la capital federal soportaban, por ejemplo, la competencia del Hipódromo de Palermo con una batería de máquinas de quitarse el sombrero y una completa oferta de juego.
Los bingos de la mayoría de provincias, en muchos casos cercanas a la capital, que son verdaderos mini-casinos con una oferta tan variada como sugestiva, funcionan en términos generales con márgenes más que aceptables de rentabilidad. Y los cinco de Buenos Aires los han dejado hundir al no darles la menor oportunidad para renovar la oferta, en forma de nuevas modalidades de bingo, y en la prohibición de contar con máquinas, ruletas u otros elementos incentivadores para la captación del público.
Lectura y toque de alerta que se extrae de éste hecho lamentable por cuanto priva a Buenos Aires de cinco salas notables y deja en la calle a cientos de trabajadores: el bingo tradicional, por sí solo, sin más alicientes que la tachadura de cartones está llamado a convertirse en recuerdo y ser pasto de la desaparición. Y conviene tomar nota.