En cualquier orden de la vida, para tocar con la punta de los dedos la cima del éxito, llegando a la ansiada cumbre personal o profesional, es preciso poner alma en el empeño. Con ideas, inteligencia, dinero y apoyos puede alcanzarse el triunfo. Pero nunca será completo ni definitivo si falta el soplo alentador del alma, que es fuerza que nace de lo más profundo de uno mismo y que nos confiere confianza, moral, espíritu de lucha y perseverancia ciega para coronar la obtención de aquello que tanto anhelamos.
El fracaso, individual o colectivo, se resume muchas veces en breves frases: Era una persona sin alma, vimos jugar a un equipo carente de alma. Tan simple y certera sentencia sobre la frustración, sobre el desvalimiento de los que quedan a mitad camino, pone en valor la fe que surge del alma y que nos vacuna contra el desaliento y nos empuja a la pelea cotidiana en pos de unas metas o ideales. Una fe que invita al sacrificio y a la perseverancia para sortear trampas y salvar escollos; para volar por encima de quienes tratarán de cortarnos las alas de la ilusión y empujarnos hacia el pozo gris de la uniformidad colectiva.
En el plano colectivo el ejemplo podemos extraerlo de un partido de fútbol: Atlético de Madrid- Barcelona de la copa de Europa. Un Barcelona lleno de talento, creatividad, exquisitez y figuras multimillonarias. Un equipo de coste económico estratosférico. Y delante un Atlético subordinado como base de su capacidad balompédica a la entrega generosísima y sin darse respiro; a la lucha del minuto uno al noventa; a la mentalidad de creerse lo que hacen. A derrochar, en definitiva, alma para conseguir el triunfo soñado. Un alma que sabe contagiar y trasmitir su líder, Diego Pablo Simeone, y que impregna todas las acciones del grupo.
Si pasamos a las epopeyas individuales y por sacar a relucir dos ejemplos vinculados al juego, ¿que hubieran hecho los Lao o los Franco si además de iniciativa, valor y estar en el sitio preciso durante el momento adecuado no hubieran tirado de alma para salir adelante en sus peleas a brazo partido para imponerse en un escenario hostil? ¿Serían lo que son? Rotundamente no.
La fuerza del alma, su vigor y consistencia, es la que nos ayuda cada mañana al despuntar el alba a creer que somos capaces de llegar a ver a luz de la alegría y el triunfo.