El alcalde de Valencia, don Juan Ribó, aparte de comunista anclado en el arranque de la revolución que llevó a Lenin y Stalin a la cima del poder revolucionario y extremadamente democrático, es un paleto de tomo y lomo cuya mirada, al parecer, no ha ido un poco más allá de la huerta valenciana. A ésa conclusión hay que llegar después de escucharle decir que se opone a la instalación de un casino, uno sólo, en la Marina Real del Puerto porque no quiere—son sus palabras- que Valencia se convierta en una nueva Las Vegas.
La indigencia mental de Ribó le impide calibrar la medida del disparate pronunciado. Si no fuera un paleto sabría – o a lo mejor lo sabe y lo oculta – que un casinito de nada no es comparable con Las Vegas. Que, por otra parte, tiene los mejores hoteles del mundo, el mayor turismo de convenciones y congresos, miles de trabajadores con sueldos elevados y un nivel socioeconómico envidiable a todas luces. Pero el se queda, con su simpleza comunista ni siquiera recauchutada, en su inquina contra el juego y sus presuntas lacras.