España se ha convertido en un gran plató de televisión. Un plató que sustituye el Parlamento y a los tribunales de justicia. Un plató pródigo en tertulias desde el que los participantes, algunos exhibiendo un cociente intelectual más bien reducido, marcan las estrategias políticas de los partidos, definen los programas, anticipan los pactos y hacen gala de una elocuencia extraordinaria, tras la cual se agazapa muchas veces una palabrería hueca que corre pareja con la cortedad de ideas. Un gran plató en el que se condena sin necesidad de juicios previos, en los que la presunción de inocencia no existe y lo único que prima es el afán desmesurado por hacer picadillo a éste o aquél, echar porquería encima de cualquiera con un ensañamiento tal que produce verdadero pavor en quienes creemos en la existencia de una sociedad serena, tranquila y amparada por las leyes. En la que no se vulnere, un día sí y el siguiente también, el secreto de sumario, y que más de un indocumentado se considere facultado para estigmatizar al prójimo desde el púlpito de la tribuna televisiva.
España es un gran plató de televisión en el que se crean figuras políticas en un plis plas; figuras que son un mero y simple producto de la charlatanería vacía y las recetas más antiguas, propias de vendedores de crecepelos que levantaban sus tarimas en las ferias y engañaban al personal que se dejaba querer. Un plató que lo que vende es mercancía de escándalo, ropa sucia, sermones que creíamos olvidados. Y un gran plató que nos toma el pelo y embauca con sus mentiras, manipulaciones y sectarismos sin cuento que cuelan fácilmente en una sociedad anestesiada, que es presa fácil de una pandilla de gentes sin escrúpulos que van a lo suyo: facturar, facturar y sumar más dinerito.
Este gran plató de televisión desde el que se pone el grito en el cielo por las penurias que vive el país, por la alarma social que ha recluido en la indigencia a miles de familias, por la lacra de los desahucios y las estrecheces domésticas, alimenta diariamente a una tropa de desaprensivos que blasonan de saberlo todo y opinar de todo, cuando los hay que rozan el analfabetismo y que hacen caja con sus sermones. Y contribuyen a engrosar la extensa cuenta de beneficios de unas empresas, televisivas, que se comen a dúo el pastel televisivo de la publicidad y cuya falta de ética y moral resulta tan increíble como condenable. Pero ya se sabe: a seguir con el gran plató de la pequeña pantalla. ¡Menudo país nos están aderezando…!