Don Ramón María del Valle Inclán, marqués de Bradomín, gallego genial de luengas barbas y conspirador de café en un país de conspiradores, creó un género teatral denominado esperpento. La pieza dramática distorsionaba la realidad escénica y extraía de ella el lado grotesco y el ramalazo de lo absurdo llevado a personajes y situaciones. Valle Inclán fue un iconoclasta literario, un avanzado de su tiempo, que asumió lo esperpéntico hasta en su figura e indumentaria y que impregnó su literatura y su teatro de ésa propensión que tenemos los españolitos hacia el desgarro y la degradación de valores y normas de comportamiento.
Seguro que si estuviera otra vez entre nosotros don Ramón asistiría , entre incrédulo y confundido, a la escenificación esperpéntica que está viviendo España en varios frentes de la política. Y comprobaría que su sentido de lo grotesco se ha quedado en mantillas ante las situaciones que estamos padeciendo, que entran, dentro del tinglado de la antigua farsa, en el terreno de lo tragicómico.
Puro esperpento es ver como un caballero se pone a jurar su cargo de presidente autonómico, sin pasar previamente por la sesión del peluquero, y empieza a desbarrar hablando de humillaciones y asfixias para los ciudadanos. Y que muchos de los que asisten a tan solemne acto, ministro del gobierno central incluido, vayan disfrazados con ropajes propios del carnaval. Y que el fondo del escenario elegido repita una escenografía ya utilizada consistente en bajar un telón negro para ocultar la imagen del Jefe del Estado.
Pero tampoco deja de ser esperpéntica la mirada que vislumbra lo que sucede en la acera de enfrente. Con un presidente del gobierno en funciones que cobra moral y se pone mayestático para asegurar que las leyes hay que cumplirlas y que el estado de derecho funciona; y mientras los díscolos, los amiguetes de la desconexión española, se ciscan con los fallos judiciales de todos los tribunales y aquí no pasa nada. Hay mucha grandilocuencia en juego, palabras y más palabras, y el esperpento continúa su representación teatral entre aplausos y silbidos.
Un buen amigo, catalán por más señas y no aquejado por el momento de la locura independentista, me dice que el juramento del honorable, saltándose a la torera la constitución y el rey, ha sido impecable. Un exvicepresidente del Tribunas Constitucional asegura que la fórmula empleada resulta trasgresora de la legalidad y por tanto es punible. Puro esperpento. Don Ramón: no se asuste, lo que usted literariamente inventó se ha quedado en poquita cosa comparada con la esperpéntica realidad nacional y autonómica.