No son buenas noticias para España las que han salido del resultado de las elecciones. El que no lo piense así, con todos los respetos hacia la libertad de opinión, es que anda flojo de entendederas. Lo que menos puede convenirle a un país que trata de salir de una crisis económica de caballo es entrar en período de inestabilidad política. Y así es como nos vemos a partir de ahora: presos de acuerdos harto complicados para formar un gobierno que, en el caso de constituirse, estará marcado por los pactos antinatura, la precariedad y la desconfianza ideológica. Entramos por tanto en una fase de turbulencias políticas en la que, de antemano, sólo caben incertidumbres y un debilitamiento del ejecutivo que salga de los acuerdos entre partidos que no anticipan, antes al contrario, una legislatura tranquila.
De cara a 2016 se vislumbra por tanto un panorama político incierto y más que preocupante. Y por descontado que escasamente propicio para generar la confianza que la economía necesita para crecer y recuperar el músculo perdido. Cuando parecía que estábamos saliendo del túnel surgen sombras alargadas que a lo peor no nos dejan ver la luz, al menos con la claridad requerida.
Ciñéndonos estrictamente al juego las cosas siguen exactamente igual tras la composición de los gobiernos autonómicos. La no existencia de mayorías ha desembocado en coaliciones o ejecutivos sostenidos mediante apoyos puntuales que complican, retardan o frenan la toma de decisiones. Al margen de que el giro a la izquierda dado por algunos de ésos gobiernos no auguran precisamente una respuesta optimista a las demandas planteadas por el juego.
España ha entrado como país en una etapa políticamente convulsa, en la que cabe esperar que los cimientos de las instituciones y del propio sistema no se vean debilitados por planteamientos rupturistas que afectarían seriamente al estado del bienestar que hemos conquistado en una fase histórica de la que algunos pretenden hacer borrón y cuenta nueva. Esta convulsión tendrá su reflejo, a no dudarlo, en las autonomías. Por tanto el juego encara un 2016 con más dosis de intranquilidad hacia lo que está por venir que de optimismo. Pero eso sí: Confiando en su sólida capacidad para salir adelante, gobierne quién gobierne.