Lo del megaproyecto de HARD ROCK para Cataluña, que lleva años y años dando la lata política y que se había transformado en simple proyecto, toca a su fin. En nuestra publicación hace mucho tiempo que anticipábamos que el tema estaba muerto. Los Comunes y la CUP se mostraron radicalmente beligerantes en contra de su realización. Los socialistas catalanes y los republicanos eran partidarios de su realización, tanto es así que apoyaron la aplicación de una fiscalidad del 10% para que la idea saliera adelante.
Ahora, en un ejercicio de seriedad política propia de los tiempos que corren, los que apoyaron la iniciativa por considerar que era muy buena para la economía de la comunidad y la creación de empleo se desdicen de sus anteriores posiciones y pactan la vuelta de la fiscalidad inicial fijada en el 55%. Conclusión: puñalada trapera, propia de una clase política nada fiable, y adiós definitivo a los planes de HARD ROCK, que pienso por mí cuenta no albergaba muchas esperanzas de que sus propósitos de realización pudieran salir adelante.
Ni me acuerdo ya la de años que éste asunto viene siendo objeto de informaciones, trasiego de posturas entre los partidos, mutación de posiciones, cambios de chaqueta, todo lo que ustedes quieran porque el larguísimo tiempo trascurrido desde que se presentó el dichoso proyecto da para escribir un folletón con epílogo lacrimógeno incluido.
La clase política de Cataluña queda como Cagancho en Almagro — que al parecer quedó fatal — con éste asunto. En el que se han impuesto por cataplines de unos y la cobardía de otros para no perder el poder, las tesis de la ultraizquierda, la que apoya a los okupas, deja menguadas las defensas de los mosos frente a la violencia callejera — y al resto de fuerzas de seguridad del Estado — y se muestra más amiga de las barricadas urbanas que del diálogo razonado y sensato. HARD ROCK, un cuento con final infeliz que estaba más que cantado. Y que rompieron un puñado de insolventes.