El cambio generacional impuesto por la rueda inexorable del tiempo deja sentir sus efectos en todos los sectores. Y el juego no podía ser ajeno a una paulatina transformación del escenario empresarial. Donde por causas de fallecimientos, jubilaciones o ceses voluntarios los antaño grandes protagonistas del sector han ido dejando vía libre al relevo. Y en los puestos de mando de las compañías van accediendo a las máximas responsabilidades gentes más jóvenes, con otros talantes, otros conceptos y otros sistemas de gestión que chocan en numerosas ocasiones con los métodos empleados por sus antecesores.
No pongo en cuestión que los relevos que se han producido y se irán produciendo en empresas señeras de la industria traen aparejado el ascenso a los puestos de mando de gentes quizás más preparadas que sus antecesores. Con perfiles dotados de una mayor formación académica, de más estudios y un nivel de conocimientos, al menos teóricos, superior.
En teoría esto es así y hay que asumirlo y, en ocasiones, celebrarlo. Pero también hay que admitir que en no pocas ocasiones se echa en falta el genio personal e intransferible de empresarios que hicieron su preparación en la dura universidad de la calle, que allí se forjaron y pelearon fuerte para salir adelante y sacar a flote sus empresas, algunas de las cuales, gracias a su genialidad indiscutible, alcanzaron la cima del éxito y aupada en ella siguen todavía.
No discuto los méritos que pueden atesorar quienes vienen protagonizando el cambio generacional en la industria. A la mayoría ni los conozco ni los trato. Por razón tan simple sigo añorando la presencia a pie de obra de los grandes luchadores de antaño, que son historia y recuerdo, que sin más título que su perspicacia y su pasión por el trabajo pusieron los cimientos de una industria que se engrandeció gracias a su visión y a su fé de indomables. Los que han venido detrás se lo encontraron hecho. Y en ocasiones lo dinamitaron.