Es difícil hablar de la tragedia cuando las imágenes lo resumen todo: el dolor inmenso, la desesperación ante el zarpazo de lo súbito e imprevisto, la crueldad de la naturaleza desatada que puede con todo, el heroísmo de quienes plantan cara a la desgracia. Sentados frente a los televisores somos espectadores directos de la hecatombe, del infortunio, de la desesperanza de quienes lo han perdido todo y únicamente les queda aferrarse si pueden a la tabla de la vida.
La sociedad de la imagen nos sirve al instante el desmoronamiento de un pueblo con toda su magnitud, con todo su estremecido latir, con toda su impotencia frente a la que nada sirven ni las nuevas tecnologías ni los avances del hombre. Frente a fenómenos de ésta naturaleza caemos en la cuenta de la endeblez de la humanidad, de lo desprotegidos que estamos cuando ríos, vientos y tormentas se enfurecen y nos hacen objeto de un castigo inclemente que nos deja al socaire de lo que el destino quiera depararnos.
Valencia dolorida, una vez más. Con el alma rota por tanta desesperación sembrada, por tanto infortunio provocado. De poco a nada son válidas las palabras cuando se está ante una situación semejante. Una página que es ya historia y ejemplo para que rebajemos un poco la altanería de una sociedad que se considera superdotada para encararse con lo que venga y que, de pronto, se pone delante de una realidad desnuda: la del desvalimiento más absoluto cuando las fuerzas de lo imprevisto se desatan por sorpresa y arramblan con todo lo que les sale al paso.
Valencia dolorida hoy, más que nunca. Vidas segadas, pueblos arrasados, un sentir general quebrada por la tristeza compartida. No es justo tanto infortunio, tanta desolación, tanta amargura. Valencia tendrá que levantarse y encender la luz de la esperanza. Aunque no es fácil en momentos tan deprimentes para todos. Pero no queda otra que salir y buscar del sol que calienta la estampa de mañana.