Hay que ver lo que une la palabra España cuando se alcanza un triunfo como el obtenido con motivo de la conquista por nuestra selección nacional de la Eurocopa. Banderas al viento, lágrimas de alegría y emoción, millones de gargantas vitoreando el nombre del país, euforia desbordada y una comunión social afectiva y sólida para celebrar la grandísima gesta deportiva que sirve para propiciar un enorgullecimiento colectivo, un sentimiento de sana euforia compartida, un lazo de alegría múltiple que todo lo invade y a todos hermana.
En ocasiones como las que estamos viviendo en estos días de gloria balompédica de la buena, de la que crea afición y fomenta el espíritu unitario, el grito de España, España, España, es una declaración de amor espontáneo y desbordante hacia la patria común, el suelo de nuestros ancestros, la tierra en la que vivimos y a la que queremos. Todo ése milagro que acerca a seres y propicia poder disfrutar de ilusiones soñadas y ansiados anhelos se materializa y consolida merced a la magia del fútbol que en el caso que nos ocupa trasciende más allá del ejercicio meramente deportivo para inscribirse en el deseo de un pueblo para dejar constancia de sus valores simbolizados en el esfuerzo, la entrega generosa a una causa y la voluntad férrea puesta al servicio de un ideal.
Que pena que éste torrente emocional que acerca a millones de españoles por la vía de la gesta deportiva, del ejemplo dado por un conjunto admirable de jugadores que dieron sobradas muestras de su talento y de su increíble tesón y calidad por erigirse en triunfadores, se circunscriba únicamente al plano futbolero. Que lástima que nos dure tan poco lo que nos une y prevalezca lo que nos separa. Que decepción que la palabra España deje de tener simbología integradora cuando se apaguen los ecos de la admirable victoria futbolística. Tras el enardecido España, España, España y los abrazos prodigados por doquier y sin distingos de ningún tipo volverá la polarización, los bloques, los cinturones políticos y sociales. La gresca política de todos los días. Que asco.