Casi cinco meses antes, cinco, del sorteo de Navidad Loterías nos anticipa un verano entretenido. Sus historietas que agitan los sentimientos y apelan a las emociones, que tocan el corazón e invitan a abrir la cartera, adquieren carta de naturaleza en los spots televisivos que invaden las pequeñas pantallas. Que se prolongarán a lo largo del estío y alcanzarán su cénit en diciembre, un mes de vísperas en el que los mensajes y las escenas se harán más tiernos, más familiares, más entrañables. Todo con la finalidad de sacarle los cuartos al españolito haciéndole soñar con la suerte y los millones del gordo.
A éste paso, y con tanto sentido previsor como el que manifiesta Loterías, el año que viene nada más pase el sorteo del niño ya pondrán manos a la obra para publicitar los décimos navideños. Y estaremos meses y meses siendo sufridos espectadores de relatos que juegan con la sensibilidad de los ciudadanos, que son de corte folletinesco y de lágrima fácil. Un espectáculo televisivo meramente embaucador cuyo objetivo no es otro que aumentar las ventas de Loterías. Por cierto que son, junto a la ONCE, las modalidades de azar que se han recuperado tras la pandemia y han elevado considerablemente su facturación, al contrario de lo acontecido con los juegos privados que siguen sin reaccionar económicamente durante los tres últimos años.
Son un ejercicio de desfachatez y un abuso palmario los que protagonizan Loterías y ONCE en materia publicitaria. Unos alardes propios de nuevos ricos que invaden las pantallas de televisión y las emisoras de radio, amén de los medios impresos, con sus campañas revestidas de sensiblería, sueños, fantasía barata y proclamas subliminales a las que se le ve el plumero de arañar euros de los bolsillos familiares.
Loterías promete un verano animado con sus spots rebosantes de ternurismo y hasta lágrima fácil. Fiel reflejo de la hipocresía del estado cuando levanta muros al juego privado y abre la puerta a los desmanes propagandísticos del público y semi. Un doble rasero vergonzoso.