En un acto reciente del juego intervino Inmaculada Domínguez para referirse a Joaquín Iniesta y decir: «Ha desempeñado un papel muy didáctico, educado, respetuoso.” Con éstas palabras resaltaba Inmaculada el ejercicio de unos valores, que deberían practicarse de manera natural y espontánea en el marco de las relaciones sociales y que, sin embargo, en más ocasiones de las debidas se echan de menos. La educación es la regla de oro de la convivencia y es preocupante que esté en fase de devaluación a escala general. Y como muestra basta con asomarse al congreso de los diputados y obtener con gran angular una foto que sintetiza hasta que extremos se están vulnerando los preceptos de la urbanidad y la corrección. Sin los cuales una sociedad entra en crisis y hace oposiciones al embrutecimiento colectivo.
Una mirada alrededor te sitúa delante de un panorama social en el que se ha ido perdiendo el sentido de los buenos modales, de los comportamientos respetuosos, de las actitudes atentas. En idéntica medida en que se han ido registrando avances espectaculares en materia tecnológica o científica se han registrado retrocesos notorios en el ámbito de las relaciones humanas. La urbanidad es una asignatura en desuso, sobre todo en una parte notable de la juventud, que juega con los mayores al colegueo y no suele pararse en miramientos y en consideraciones entre los que el sentido del respeto debe ser, por razones de edad, de obligado cumplimiento.
Pero no sólo un porcentaje de la generación más joven elude por sistema el empleo de la buena educación como señal inequívoca de una convivencia en paz y armonía, Reitero lo dicho con anterioridad: Las cortes en las que se expresan y debaten nuestros servidores públicos son un espejo fidedigno de la crisis de unos valores que están olvidados, que da la impresión son fruto de otra época y merecen el desprecio de sus señorías. La zafiedad, los modos groseros, los desplantes y los insultos aderezan el lenguaje de un contingente muy nutrido de políticos. De baja condición intelectual y moral. Y así nos va. Desestimada con entusiasmo la norma que regula la buena crianza, ¿ que nos queda ?. Una ola de incivilidad que amenaza con erosionar muy seriamente los cimientos de la convivencia. Para alarmarse y mucho.