Me decía el otro día un buen amigo que hay que hacer uso de la mesura. Entendí que en su mensaje quizás me estaba haciendo una alusión personal. Y lo relacioné con el tono un poco más aguerrido de lo que en mí es habitual empleado en alguno de mis últimos artículos. Que conste que en mi más de medio siglo de ejercicio periodístico he procurado disciplinadamente hacer uso de la mesura. He huido de la descalificación, de los enfrentamientos propicios a la grosería, del ajuste de cuentas que busca el escándalo, del remover en las aguas de los trapos sucios. Nunca he entrado en éstos juegos de la colisión o el ataque furibundo que algunos profesionales han practicado y practican como sello identificativo de su quehacer periodístico. José Ombuena, maestro de múltiples saberes, que en mis inicios guió mis primeros pasos en el diario Las Provincias, me alertaba: «Ferrer el lector quiere en muchos casos sangre, guerra, no entre en ello.» Sabio consejo que he procurado seguir, si bien, y a mi pesar, igual me he salido en alguna ocasión del buen camino.
Es muy difícil ejercer de manera permanente el sentido de la mesura cuando estamos en un tiempo turbulento y no sólo en el ámbito político. El ambiente político está en fase de exacerbación constante, reiterada, alentada por sus protagonistas que han hecho de la polarización del país su estrategia favorita. Las ideas, los razonamientos, los análisis ponderados a situaciones y actuaciones han dejado vía libre al slogan publicitario con caracteres tremendistas, al insulto, a la denuncia soez, al feroz ataque personal. Se han cruzado todos los límites de la decencia y todas las normas de la educación.
Este clima irrespirable encuentra eco en la sociedad. En las relaciones empresariales, profesionales y familiares. En las que la tendencia a la crispación, a la discusión en lugar del diálogo y al no querer escuchar al otro conducen al rompimiento de la armonía social y la quiebra de la convivencia. Ese es, en España hoy, el pan nuestro de cada día. Pedir mesura en tiempos turbulento es un tanto estéril. Aquí lo que se impone, a todos los niveles, es el espíritu guerracivilista. Ya se encargan algunos de aventarlo.