Hemos estado cinco días que no dormíamos. Que no parábamos de darle vueltas a la cabeza. Que estábamos en une especie de vivir sin vivir con la que se nos podía venir encima. Ha sido un desasosiego social generalizado el que ha tenido al país entero en ascuas, con la respiración asistida y con la amenaza latente de que la situación idílica que disfrutamos se nos fuera de pronto al garete. No hacíamos caso a los agoreros, que siempre los hay, que nos decían una y otra vez: «Tranquilos, que está todo estudiado, que éste sainete es pura estrategia, que el lunes todo seguirá igual o será susceptible de empeorar, ya lo comprobareis.»
Pero nadie nos ha quitado la durísima incertidumbre de unos días de desconcierto, de sentirnos desprotegidos, de mesarnos los cabellos por lo que pudiera ocurrir. ¿Y si nos quedamos sin el faro luminoso que alumbra con fuerza inusitada el camino que recorremos habitualmente los españolitos ? ¿ Y si nos falta la mano experimentada que nos conduce por la senda de una política caracterizada por su fiabilidad, el rigor y unas directrices muy claras y por supuesto ajenas a los vaivenes cambiantes ?
Los cinco días de plazo se han hecho interminables, preñados de los más negros augurios, hasta el extremo de convertir la convivencia de muchas familias en un escenario de malos humores, irritación y desquiciamiento colectivo. Nos lo jugamos todo a una carta y si perdemos ésto será una catástrofe, éso decíamos en voz baja.
Tras una noche de insomnio que tuvo al país en vela salió el sol del lunes. Los nervios estaban a flor de piel. Nadie ocultaba su alto grado de tensión íntima. La incógnita sobrevolaba el país entero. Y afortunadamente todo quedó en un susto, mayúsculo pero susto. Mi tío, que es un socarrón de tomo y lomo sonrió de oreja a oreja y sentenció: «Ya os anuncié que tranquilos y no me equivoqué: el sainete ha terminado.» Fin de la historieta. Lo de empeorar está por ver.
Postdata: El sainete es un recurso teatral jocoso, que provoca hilaridad. Este no ha tenido ni pizca de gracia.