En vísperas de las elecciones en las que resultó ganador José Luis Rodríguez Zapatero el que era su número dos, Alfredo Pérez Rubalcaba, dijo aquélla frase para la eternidad: «España no se merece un gobierno que le mienta, » Y se armó la tremolina frente a la sede de los populares en Génova, los medios afines a la izquierda calentaron la calle y se produjo el vuelco electoral de todos conocido cuando las encuestas daban por ganador a Mariano Rajoy.
Han transcurrido veinte años desde la famosa intervención de Rubalcaba, sin duda la cabeza mejor amueblada entonces del socialismo español y no digamos respecto a lo que hay ahora, y por descontado que intelectualmente muy superior a su jefe. Y cuatro décadas después su aserto cobra una rabiosa actualidad. Efectivamente España no merece un gobierno que le mienta.
Lo merezcamos o no parece que importa más bien poco o a lo mejor nada. Somos espectadores resignados o complacientes, pues de todo hay, de un ejecutivo que desde el líder hasta el último de sus integrantes no duda en colarnos una trola sí un día y otra más gorda al siguiente. La utilización de la mentira dentro del lenguaje ministerial se ha convertido en un hábito frecuente, normalizado, oficializado como instrumento que cuela en la opinión pública, al menos en buena parte de la misma, sin provocar ni irritación ni el menor sonrojo. Antes al contrario, la mentira se celebra y se aplaude con tal de que sirva para alancear al oponente.
La mentira se ha entronizado en la política española. El gobierno hace de la misma su argumento fácil que satisface a la parroquia fiel. Y de ahí para abajo se suceden las bolas de muy variado signo en función del color de quienes las lanzan. De verdad de la buena que nos merecemos otra España política que la que hoy soportamos. Con gobierno incluido en primer término. Se cumple la premonición de Rubalcaba. Socialista, por más señas.