Han transcurrido bastantes días desde la tarde infausta que nunca olvidaremos. Me asomo al ventanal de mi despacho, en el barrio de Campanar, y atisbo la silueta del edificio devorado por las llamas. Es un esqueleto revestido de una capa negra y gris cuya sola contemplación, aunque sea distante, sobrecoge el ánimo. Quiero imaginar el interior de ésas cientos de viviendas calcinadas donde hace poco latieron corazones, se entrecruzaron afectos, surgieron esperanzas y la vida latía al compás de los impulsos de aquéllas familias que habían levantado allí sus hogares, en ocasiones a costa de no pocos sacrificios.
De la torre altiva y pretenciosa, vendida como un prodigio de modernidad y tecnología avanzada, emerge ahora una estampa fantasmal víctima de un apocalipsis urbano sin precedentes en la ciudad que lo que denota es la fragilidad de la existencia y de los elementos que la configuran. De la endeblez que tiene todo lo que nos rodea, un universo cotidiano sometido a los caprichos de un destino que, en su vertiente más dañina y virulenta, es capaz de reducir en cuestión de minutos edificios, enseres y vidas humanas.
Un mar de cenizas es lo que uno trata de vislumbrar en ése edificio antaño imponente y hoy reducido a la nada. En el que enmudecieron trágicamente las risas, se apagaron para siempre las luces del futuro y un manto espeso de negrura se ha encargado de sepultar los recuerdos que son testimonios de seres que lo han perdido todo: objetos que formaban parte de memorias personales, mundos íntimos presentes en fotografías y escritos, instantáneas de un ayer ya ido para siempre. Y lo más espeluznante: el adiós a la vida de gentes, algunas criaturas menores asomadas al sol de la niñez, para las que nunca habrá un nuevo amanecer.
Un mar de cenizas, de dolor y rabia es lo que cobija ésa torre altanera que pretendía ser un modelo de arquitectura con vitola futurista y que acabó siendo un vestigio aleccionador sobre la inconsistencia de lo humano, sobre lo efímero de cuanto nos rodea, incluidas nuestras propias existencias. Mar de cenizas en Campanar. Un recuerdo para los que no volverán.