Desde el primer Congreso de Juego de Castilla y León, veinte años atrás, Luismi González Gago me cayó bien. Fue desde el minuto uno el motor del evento y se ocupó y preocupó por proyectarlo y mejorarlo una edición tras otra. Aprecié en él que se comportaba con absoluta naturalidad, lejos del envaramiento que adoptan muchos políticos, que iba al grano en sus exposiciones públicas y no le dolían prendas llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre, de cantarle las verdades del barquero a los empresarios y de sacar la cara por ellos cuando ha considerado que era de justicia hacerlo. Este es González Gago, que rompe moldes políticos y el que al cabo de demasiado tiempo, según mi saber y entender, se reconoció lo meritorio de su trayectoria nombrándolo consejero de Presidencia de la Junta.
González Gago se mantiene firme en sus criterios respecto al juego, consistentes en apoyarlo como a cualquier otra rama de la industria al tiempo que promueve medidas que contribuyan a un consumo responsable de la actividad. En su ya larga ejecutoria se ha mostrado como un interlocutor receptivo frente a las peticiones empresariales, a las que ha tratado de atender cuando consideró que era de justicia hacerlo. Modificó a escala nacional la imagen del bingo, impulsando la aprobación del Bingo Electrónico en Castilla y León que rápidamente se implantó en la mayoría de comunidades. Ha sido por tanto un innovador, un adelantado en asumir innovaciones y riesgos.
Su gran reto de éste año es retomar la organización del Congreso, interrumpido por la pandemia y otras circunstancias que lo han tenido en dique seco por espacio de cuatro años. El esperado retorno seguro que alcanza visos de acontecimiento de dimensión nacional, acentuada en éste caso por la larga espera. Conociendo a Luismi y su vinculación directa con el evento, del que es progenitor destacado, caben esperar gratas sorpresas de lo que está por venir.