Existen salones de juego en España que funcionan desde la legalización de la actividad. Y que por su antigüedad de cuatro décadas forman parte de la fisonomía urbana del barrio donde están ubicados. Se trata de locales con los que la ciudadanía que habita alrededor está familiarizada. Son establecimientos que con el transcurrir del tiempo han ido adquiriendo solera, memoria y dando pruebas de la voluntad de sus propietarios por mantener su esencia y evolucionar al compás que marcan las normas y el progreso.
No es cuestión de engañarnos. Algunos de aquéllos salones de primera hora respondían a un modelo de local que nada tiene que ver con la fisonomía actual de la mayoría de ellos. En ése sentido, y en la medida en que se fueron introduciendo nuevos productos en su oferta, los empresarios fueron conscientes de que se imponía la transformación del salón, su diseño, sus servicios, su personal. Había que ir a un cambio profundo, conservando su primitiva identidad, pero adaptándose a unas nuevas reglas destinadas a crear un espacio distinto, trasparente, apto para fomentar las relaciones amistosas y compartir ratos de entretenimiento en un ambiente amable y seguro
No está de más el valorar la tarea desplegada por ésos empresarios que han mantenido viva la estampa del salón de la fase inicial, tratándolo con esmero y fidelidad a una idea. Y que posteriormente han ido poniendo manos a la obra de ir rejuveneciéndolos, confiriéndoles un atractivo aire de modernidad, dotándolos del máximo confort y aumentando de manera considerable sus posibilidades para elegir. Son salones con historia detrás y un futuro por delante. Si les dejan, claro.