Siendo un chaval, portador de un equipaje donde cabían un puñado de ilusiones, me sentí tentado para realizar un cursillo de futuros locutores en Radio Nacional de España en Valencia. A la convocatoria acudimos un grupo no excesivamente numeroso de jóvenes de ambos sexos. La emisora quería cubrir una plaza vacante que luego nos enteramos estaba adjudicada de antemano. Entre el conjunto de aspirantes estaba uno que no resultó elegido y que luego se haría famoso en el medio y en la televisión: Joaquín Prat. Venía Chimo Prat de una aventura medio hippie por varios países de Europa y sabía transmitir tanta osadía como simpatía. Años más tarde, siendo ya una figura televisiva, me reencontré con él y le agradecí que se acordara de nuestro ya lejano encuentro en aquélla oposición.
A raíz del cursillo hice amistad con uno de los locutores de la casa. Se llamaba Rafael Morgado de la Linde y compaginaba su trabajo en Radio Nacional con la de inspector del Cuerpo Superior de Policía. Era malagueño, culto y poseía una voz grave y sugerente que traspasaba las ondas. Recuerdo que en mi período de prácticas compartí con él, por decisión suya, un turno de tarde delante del micrófono. Estábamos en fechas prenavideñas. Y al anunciar una pieza musical Morgado se dirigió a los oyentes diciendo: Aprovecho la oportunidad para desear paz a los hombres de buena voluntad y también a los que no la tienen.
Aquéllas frases de Rafael, cuya ideología política afloró años más tarde tras la muerte de Franco, quedaron grabadas a fuego en mi memoria. Paz para todo el mundo, para quienes se esfuerzan en ser fieles a unas normas de conducta avaladas por la honestidad, la rectitud y el sentido solidario y para los que se comportan como unos auténticos hijos de puta, que los hay y en grado sumo.
Estamos en tiempo de confraternización según marcan la tradición y el calendario. Pues ya saben: paz para todos, para los que la merecen y también para los indeseables.