Torremolinos está en boca de la actualidad. En el calendario de citas pendiente. En el anticipo de abrazos y reencuentros. En la promesa de una estancia grata, amistosa y dicharachera. Porque esa y no otra es la esencia de la convocatoria andaluza: prodigar la alegría sectorial, en un escenario idóneo para ello, y poner el punto y seguido al inicio de un curso que, tras el paréntesis obligado del verano, trata de recobrar el pulso, de programar iniciativas y de vender productos que es de lo que se trata aunque a día de hoy es papeleta complicada.
El Expocongreso andaluz se ha hecho un hueco importante dentro del calendario nacional del juego. Y cuenta con asistencia fiel y numerosa por ser el territorio autonómico más amplío del mapa español y haber sabido camelarse la presencia de visitantes de otras latitudes. El evento tiene el éxito asegurado de antemano desde la perspectiva de la asistencia y ateniéndonos al espacio que ocupa. Cosa bien distinta es que se quiera ultradimensionar la proyección del evento en cuanto a impacto comercial y resultados tangibles. Soy de los que piensa que se está desenfocando, por triunfalismo excesivo, la entidad e incidencia real de Torremolinos. Que llega al extremo de parecernos, según la visión de algunos, que Londres es una broma de feria o cosa por el estilo.
Torremolinos mon amour: reencuentro cálido, amistoso y muy sugerente. Al que hay que ir y aplaudir. Pero por favor: sin pasarnos de rosca.