Don Manolito Fraga, que era un pedazo descomunal de cabeza pensante, con sus reacciones abruptas y sus modos autoritarios, lanzó el slogan en los años sesenta e hizo furor. Tanto es así que los turistas llegaron por tierra, mar y aire. Que el sol español se hizo internacional, que la sangría hacía felices a millones de extranjeros y que el flamenco electrizaba los corazones de los alemanes, ingleses o yanquis que desembarcaban bien provistos de monedas, que aquí venían de perlas, para buscar en nuestras playas sus particulares paraísos con derecho a tumbona. Florecían en las costas los biquinis, los chiringuitos despedían aromas de paella y los paisajes se inundaban de voces extrañas y gestos de admiración. España era diferente y se dejaba querer por un turismo ávido de emociones, sensaciones y descubrimientos que se tostaba al sol español hasta alcanzar un bronceado de ensueño.
Si don Manolito Fraga levantara la cabeza seguro que lanzaba cuatro imprecaciones entre frases altisonantes que finalizarían con el consabido: ¡hasta aquí hemos llegado !. Por una razón simple y sabida: Nuestro país es hoy el más diferente de los europeos, el que en materia diferencial ha superado todos los límites, el que viene marcando unas pautas de comportamiento político no homologadas hasta hoy en el ámbito comunitario. Lo de diferente, si se cumplen las predicciones en marcha, alcanzará cotas sin parangón en los anales de la historia moderna. Y no exageramos ni una pizca.
España como nación será tan extraordinariamente diferente que la formación de su gobierno estará en manos de un orate con tupé, cobardón confeso, que huyó de la justicia en el maletero de un automóvil y decidirá el futuro del país a cuatro años vista al menos. Hechos tan insólitos unicamente acontecen en un país diferente. Y el nuestro lo es de manera desproporcionadísima. Por eso a don Manolito, cabeza clara y corazón volcánico, se lo llevan los diablos.