La desaparición, muy anticipada por razón de su edad y por lo que cabía esperar de su capacidad de lucha, de Miguel Otero, nos hace mirar por el espejo retrovisor de la vida para percatarnos de que ya son muchos, sin duda demasiados, los nombres importantes del juego que nos están diciendo adiós de unos años a esta parte. Son demasiados adioses, demasiadas pérdidas de gentes qué contribuyeron con su trabajo, su dedicación y su sacrificio a consolidar los cimientos de lo que hoy es la industria del juego.
Me vienen a la memoria nombres de gentes que ya no están entre nosotros y que resultan de capital importancia en la industria del juego español. Figuras que con su talento natural, su audacia y su afán por pelear y salir triunfadores contribuyeron de manera decisiva a que el sector sea lo que es hoy: un segmento sólido de nuestra economía que genera riqueza y crea puestos de trabajo. Y al evocar lo que éstos empresarios aportaron al juego en su conjunto, a su desarrollo, avance y mejora me invade una oleada de emociones, un sentimiento de pérdida que no ha tenido, y hablo en términos generales, el sentido de continuidad que hubiera sido deseable.
Son demasiados adioses y vacíos que, desgraciadamente, no se han llenado en el grado requerido. Ausencias de protagonistas destacados de un ayer todavía cercano que no se han visto reemplazadas y que han dejado huecos sin cubrir que para muchos, entre los que me cuento, nos hace rehenes de la nostalgia, que en el caso que nos ocupa no creo que sea un error.
Al adiós a Miguel Otero se suman otros recientes y algunos más ya distantes en el tiempo que fueron parte de las raíces del juego español. Unas raíces que cobraron presencia, fortaleza y voluntad de crecer merced al trabajo, el ímpetu y el sacrificio de gentes que se marcharon dejando una obra inacaba. Me reafirmo en lo dicho: demasiado adiós.