No hemos entrado en campaña electoral y uno experimenta un empacho político que demanda la toma de bicarbonato o sales de frutas. El presidente en todas las televisiones y radios vendiendo la imagen conciliadora de quién es todo menos conciliador. El líder de la oposición no queriéndose quedar atrás y enviándonos mensajes a lo gallego, o sea subiendo y bajando según se mire y entienda cada uno. Y los de los extremos calentando el ambiente de que manera y tratando de enardecer al personal con soflamas y promesas que nunca se cumplirán.
Y es que antes de que se convocaran las elecciones generales ya estaban los tíos y tías metidos en campaña. Todos los días y aprovechando la más leve coyuntura nos largaban la típica perorata reafirmando lo buenos que eran ellos y lo malvados que son los oponentes. Sin ahorrar para ello ni insultos de grueso calibre verbal ni predicciones catastrofistas en caso de resultar vencedor el contrario.
La situación ha llegado a un extremo de evidente indigestión política. Y es que ya no se soporta, sin que el estómago se rebele y la mente diga basta, tanta elocuencia vacía de contenido y de programa, tanta perorata propagandística desprovista de verdadera enjundia, tanta descalificación al de enfrente y tan poca habilidad dialéctica para convencer con argumentos sólidos, y no recursos de vendedores de crecepelos, al ciudadano.
Visto lo que acontece cada día, y que irá a más en las jornadas venideras, lo recomendable, lo sensato, lo idóneo para preservar la higiene mental de cada cual es poner la tele o enchufar la radio para programas de entretenimiento, si es que los hay. Y como los periódicos apenas se leen pues seguir ignorándolos. Se trata de abstraerse del empacho político. Y luego, cuando suene la hora de la verdad, hacer examen de conciencia y depositar la confianza en el menos malo de los candidatos. Buenos, lo que se dice buenos, ¿ hay alguno ? Me lo digan, por favor. Lo admito: soy un nihilista.